Agradable resulta leer, en
versión de Acantilado, los poemas y testimonios de Safo; más o menos a medio
día, las manos puestas en el delgado volumen, con la impresión de saberse en
medio de un “texto de textos rotos”, como se indica en la presentación. Librito
de factura impecable, no me habría percatado de su existencia, de no haber
desdeñado cierta traducción hecha por un insigne indigenista. De no haber
soslayado la lectura de la Safo de Trillas, no habría conocido la versión de
Aurora Luque, tan estimable, si bien, fuera de mi rango cultural, pero a mi
gusto, más cercana a la poeta de Mitilene.
Medio día.
Calor de por medio. Insufrible horario. Diciembre terrible, de gritos, pirotecnia
y luces artificiales. Fuera de todo la consolación de la lectura. Trascribo:
“Inmortal Afrodita de polícromo trono.” Un verso de marras. Me concentraré en
la traductora. Qué resonancias de Safo descubro en la poeta Aurora Luque.
El
tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.
Esto lo escribe
Aurora Luque. Hay ahí una lejana vibración de ecos griegos, a la manera, no sé
por qué me la remiten, de la Marguerite Yourcenar que escribe, en su libro
Fuegos, “amar con los ojos abiertos tal vez sea amar como un loco”. Habitualmente
no hablo de mis lecturas. Pero hay algo en las palabras de Safo. Algo como “un
incienso humeante”. Sin dejar de notar que un par de versos no cambian el rumbo
de las cosas, no tardo en precisar que hay un desbordar. Algo que se escurre,
repentino, sobre geografías no imaginadas. No se vaya a entender que escribo
con poesía. Esto se contagia.
Vuelvo a
la lectura, entonces. Si la fecha fuera propicia, diciembre me resulta impertinente,
yo encontraría detalles menos insustanciales, tendría algo que decir con
profundidad suficiente. Vuelvo al libro. En la página 157 un testimonio de
Temistio: “Perdonamos a Safo y Anacreonte que se muestren desmesurados y
excesivos en sus elogios al eros juvenil. Pues eran individuos que amaban
cuerpos individuales, y no sobrevenía ningún peligro si los amados se
enternecían por los elogios de aquellos.” Y qué entender por ese “perdonar”. Un
absolver que no se integra al amor personal, así como de paso, y se tolera lo que aparece desmesurado,
amoroso, por ser limitado al cuerpo. También en Yourcenar, recuerdo, lo amoroso
es excesivo. Sin embargo, su escritura más griega, la desmesurada, reclamaba
una indulgencia. El amor necesita un perdón o una explicación. Dice la
escritora belga en el prólogo a su libro Fuegos: “…el amor total se impone a su
víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación, al ser siempre el
resultado de una experiencia y uno de los temas más trillados de la literatura”.
En Safo, en Yourcenar y, tal vez, en Aurora Luque, hay un exceder ciertos
bordes. Cosa que se les dispensa, porque el ser amado, señalan los
comentaristas, es un cuerpo: “aquello que tiene extensión limitada”, como lo define
el diccionario académico. El amor, sin embargo, dijo Yourcenar “constituye el
punto de partida del canto”. El inicio que rompe los límites, que no se inmoviliza
en el cuerpo individual. O como escribe Aurora Luque: “El cuerpo amado nunca es
solamente un cuerpo.” Porque el amor no se reduce al límite. La traductora de
Safo se enfrenta al perdón con la desmesura que no esconde su raigambre. El
amor como un exceso que occidente ha arrinconado en civilizadas maneras, fórmulas
y formatos corteses. Porque el cuerpo amado no es al final solo un cuerpo. Es,
además, un lenguaje que se desborda. Una narración, tal vez, que apenas logra
verbalizarse.
Ahora, me
pregunto cómo logró colarse en mi lectura de Safo tanta ridiculez. En la página
47, leo estas palabras: “Tras descender del cielo, ceñido con la clámide purpúrea…”.
Otra hora de meditaciones. No ya el amor, no; dejaré ese despropósito. Deslices de juventud; bah, ya no tanto según
veo. Pero deslices con todo. Tan dado soy a la monserga. Como la mayoría lo es,
al menos, en soledad. Y si es con discursos tan inflamados qué decir tengo,
pues, de lo pensado.
Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 15 de diciembre 2012
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