a los amigos
«No
se trata por consiguiente de un progresar en el vacío, de un vago poetizar
cada-vez-mejor –escribió Walter Benjamin−, sino de un despliegue e intensificación
cada vez más comprehensivos de las formas poéticas.» Recuperemos decididamente
estas palabras; ocupémonos de ellas, vayamos al encuentro de una interpretación
no exenta de ciertos extremos poco venturosos. Dejemos de lado nuestra
comunidad poética; nuestros más arraigados cánones de “escritor” para encontrar
en esas palabras, dichas por Benjamin, una guía que dé significación a un
pensamiento no esencialista, sino funcional, por lo menos, literario. No pienso
desatender ese cometido. Dejemos la burda charla de café, tan radicada ya en
nosotros. Permitamos que el comentario como porrazo de ensayada profundidad,
nos aseste con su más desgarradora furia. Vayamos a su encuentro.
Al
final de la universidad, un par de amigos y yo, conformamos un círculo de
lectura. Con programa y rumbo “didáctico” nos sumergimos, sin quererlo, en
“algo” que con el paso del tiempo se convertiría en una especie de contrato
literario con nosotros mismos. De la lectura surgieron proyectos de edición
cultural y, en última instancia, un libro de poemas colectivo. “Fuimos”, lo
escribo así, tantas ideas, palabras, tantos errores, exploraciones, tanta
búsqueda. Escritores quisimos ser, pero por medio de la lectura. Y sí, sin
perseguir la calidad, sin progresar en el
vacío, nos dejamos aporrear por la literatura. De esa experiencia nacen
estas palabras.
Esa
necesidad de un “despliegue e intensificación cada vez más comprehensivos de
las formas poéticas”, hace de la labor del escritor un derrotero sinuoso y
frustrante. Demasiados errores comprehensivos, exploraciones, ingentes revelaciones
de tus propias carencias. Escribir conlleva asumir tu propia insuficiencia. No hay mapas
dados. Como el atormentado Barton Fink le dice al dolorido Charlie Meadows: “I gotta tell you, the
life of the mind ... There's no road map for that territory ... and
exploring it can be painful. The kind of pain most people don't know anything
about.” La vida de la mente no es
una vida blanda. Rondar la realidad, sumirse en ella, pensarla, casi en acto sensorial
tocarla, es un suceso del cual nadie sale indemne. Limpio. Sin fracturas. No
hay escapatoria en la escritura. A contra pelo de los psicólogos, la vida de la
mente no es evasión, es enterrar los pies en el planeta y ver de más. Hay un
hundirse hasta la náusea. Hasta el dolor hundirse en la búsqueda de un lenguaje
que exponga el resultado de esa náusea del mundo.
Madurar, dicen algunos, es tomar
conciencia del lenguaje. No lo sé, lo dudo. Es más bien un acto comprehensivo.
O tal vez, no lo sea, aún vacilo. Algo en el fondo está claro, se trata de un asunto
punzante. ¿Para qué escribir literatura entonces? Y por literatura entiendo
eso, literatura; no filosofía ni antropología; digo, en términos inexactos, eso
que se origina de formalismos estéticos y reflexivos; del lenguaje entendido
como expresión pero, también, como un ritmo que pulsa el tiempo de las cosas. O
como dijo Machado en voz de Juan de Mairena: “Sin la
asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular,
ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que digo estoy
completamente seguro. Mucho me temo, sin embargo, que nuestros profesores de
Literatura –dicho sea sin ánimo de molestar a ninguno de ellos – os hablen muy
de pasada de nuestro folklore, sin insistir o ahondar en el tema, y que
pretendan explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad
exclusivamente erudita.” En el fondo de eso se trata: una gramática del mundo y
un pensamiento del mundo. La busca comprehensiva de las formas poéticas que
explican esas realidades mundanas.
En fin, la vida de la mente, tan violenta y agitadora, es
una dura ontología. Lo supo Parménides: “es una misma cosa el Pensar con
el Ser”.
No puedo decir más. En lo personal, la vida de la mente es lo único que, más o
menos, entiendo. Y sin embargo, esa vida es un asunto que, ya lo escribió mi
viejo amigo Mario Alberto Bautista, es “la pregunta a una pregunta/ que nadie conoce ni le importa”. Porque al
final la madurez en la escritura es un proceso sin final. Siempre seremos meros
“ensayo y error”. Es como encontrarnos de pronto al gordo Jack Lipnick y que
nos grite “...you ain’t no writer, Fink, you’re a goddamn write-off”. Seamos,
pues, el sujeto rabioso de pérdidas y ganancias que entre las llamas le grite al
lector como lo hiciera el furioso Karl Mundt: “Aah! Look upon me! Aah! I'll show you the life of the mind! I'll show you the life of the mind! I will show you the life of the mind!”
Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
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1 comentario:
Buen espacio para realizar una interesante lectura
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