sábado, 8 de diciembre de 2012

De la madurez del escritor joven


a los amigos

«No se trata por consiguiente de un progresar en el vacío, de un vago poetizar cada-vez-mejor –escribió Walter Benjamin−, sino de un despliegue e intensificación cada vez más comprehensivos de las formas poéticas.» Recuperemos decididamente estas palabras; ocupémonos de ellas, vayamos al encuentro de una interpretación no exenta de ciertos extremos poco venturosos. Dejemos de lado nuestra comunidad poética; nuestros más arraigados cánones de “escritor” para encontrar en esas palabras, dichas por Benjamin, una guía que dé significación a un pensamiento no esencialista, sino funcional, por lo menos, literario. No pienso desatender ese cometido. Dejemos la burda charla de café, tan radicada ya en nosotros. Permitamos que el comentario como porrazo de ensayada profundidad, nos aseste con su más desgarradora furia. Vayamos a su encuentro.
Al final de la universidad, un par de amigos y yo, conformamos un círculo de lectura. Con programa y rumbo “didáctico” nos sumergimos, sin quererlo, en “algo” que con el paso del tiempo se convertiría en una especie de contrato literario con nosotros mismos. De la lectura surgieron proyectos de edición cultural y, en última instancia, un libro de poemas colectivo. “Fuimos”, lo escribo así, tantas ideas, palabras, tantos errores, exploraciones, tanta búsqueda. Escritores quisimos ser, pero por medio de la lectura. Y sí, sin perseguir la calidad, sin progresar en el vacío, nos dejamos aporrear por la literatura. De esa experiencia nacen estas palabras.
Esa necesidad de un “despliegue e intensificación cada vez más comprehensivos de las formas poéticas”, hace de la labor del escritor un derrotero sinuoso y frustrante. Demasiados errores comprehensivos, exploraciones, ingentes revelaciones de tus propias carencias. Escribir conlleva asumir tu propia insuficiencia. No hay mapas dados. Como el atormentado Barton Fink le dice al dolorido Charlie Meadows: “I gotta tell you, the life of the mind ... There's no road map for that territory ... and exploring it can be painful. The kind of pain most people don't know anything about.” La vida de la mente no es una vida blanda. Rondar la realidad, sumirse en ella, pensarla, casi en acto sensorial tocarla, es un suceso del cual nadie sale indemne. Limpio. Sin fracturas. No hay escapatoria en la escritura. A contra pelo de los psicólogos, la vida de la mente no es evasión, es enterrar los pies en el planeta y ver de más. Hay un hundirse hasta la náusea. Hasta el dolor hundirse en la búsqueda de un lenguaje que exponga el resultado de esa náusea del mundo.
Madurar, dicen algunos, es tomar conciencia del lenguaje. No lo sé, lo dudo. Es más bien un acto comprehensivo. O tal vez, no lo sea, aún vacilo. Algo en el fondo está claro, se trata de un asunto punzante. ¿Para qué escribir literatura entonces? Y por literatura entiendo eso, literatura; no filosofía ni antropología; digo, en términos inexactos, eso que se origina de formalismos estéticos y reflexivos; del lenguaje entendido como expresión pero, también, como un ritmo que pulsa el tiempo de las cosas. O como dijo Machado en voz de Juan de Mairena: “Sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que digo estoy completamente seguro. Mucho me temo, sin embargo, que nuestros profesores de Literatura –dicho sea sin ánimo de molestar a ninguno de ellos – os hablen muy de pasada de nuestro folklore, sin insistir o ahondar en el tema, y que pretendan explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad exclusivamente erudita.” En el fondo de eso se trata: una gramática del mundo y un pensamiento del mundo. La busca comprehensiva de las formas poéticas que explican esas realidades mundanas.
En fin, la vida de la mente, tan violenta y agitadora, es una dura ontología. Lo supo Parménides: “es una misma cosa el Pensar con el Ser”. No puedo decir más. En lo personal, la vida de la mente es lo único que, más o menos, entiendo. Y sin embargo, esa vida es un asunto que, ya lo escribió mi viejo amigo Mario Alberto Bautista, es “la pregunta a una pregunta/  que nadie conoce ni le importa”. Porque al final la madurez en la escritura es un proceso sin final. Siempre seremos meros “ensayo y error”. Es como encontrarnos de pronto al gordo Jack Lipnick y que nos grite “...you ain’t no writer, Fink, you’re a goddamn write-off”. Seamos, pues, el sujeto rabioso de pérdidas y ganancias que entre las llamas le grite al lector como lo hiciera el furioso Karl Mundt: “Aah! Look upon me! Aah! I'll show you the life of the mind! I'll show you the life of the mind! I will show you the life of the mind!”





Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 


Complementos: 



http://www.metacafe.com/watch/an-C95RuY27bhbbt4/barton_fink_1991_the_life_of_the_mind/

1 comentario:

Unknown dijo...

Buen espacio para realizar una interesante lectura