sábado, 22 de diciembre de 2012

El asombro de todos los días. Entrevista con Antonio Deltoro


Raúl Vázquez Espinosa


Tanteos para una genealogía literaria…

“Existen dos tipos de poetas en mi formación. Poetas que he leído o que leí en alguna época y que luego no frecuenté, y poetas que sigo frecuentando y que no puedo dejar de leer, porque son los poetas que me acompañan. Entonces, para mí es muy fácil contestar. Porque dentro de los segundos estarían, por ejemplo, Antonio Machado, Jorge Luis Borges y Eliseo Diego —desde que lo descubrí, aunque es relativamente reciente ese descubrimiento, porque cuando digo “reciente” en una persona que ya tiene 65 años, puede ser que sea hace quince años que descubrí a Eliseo Diego—. Bueno, también, Neruda, Huidobro, Girondo… sin embargo, a Huidobro y a Girondo, los leo con mucho gusto, pero más esporádicamente. Puede decirse que no son poetas que me acompañan, sino que son poetas que leo como en días festivos. Asimismo, Octavio Paz, Villaurrutia, gran parte de Los Contemporáneos, mucho de la Generación del 27. Ahora, entre poetas de otras leguas, Walt Whitman —que fue para mí fundamental—, William Carlos Williams, Baudelaire. Y en el Siglo de Oro, Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz. Bueno, fundamentalmente podría decir esos, aunque habría poetas que se me pueden estar pasando desapercibidos. Porque soy un lector de poesía muy constante. Leo todos los días poesía y tengo la costumbre de leer un poema muchísimas veces. Porque creo que un poema se tiene que leer muchas veces para que realmente funcione como poema; así como podemos leer una novela una vez y puede cumplirse como novela, nosotros tendríamos que leer muchas veces un poema para apropiarnos de él y, si es posible, aprendérnoslo de memoria. Finalmente, ahora estoy haciendo un gran descubrimiento, se me olvidaba decir —un descubrimiento tardío, por cierto—, de Juan Ramón Jiménez.”


Borges, Eliseo Diego o Machado… su reflejo en la propia escritura poética

“Yo lo que intento es que la poesía que me guste me influya por contagio. No es una cuestión consiente. Yo no digo «…ah, pues, en este poema o en este autor voy a ver esto como yo lo utilizo en mi propio poema», sino lo contrario. Creo que el aprendizaje poético tiene que ser un aprendizaje por contagio, porque tiene que surgir desde el interior hacia el exterior. Antes de que se llene una botella no puede vaciarse. Lo que sí he aprendido, por ejemplo, de Antonio Machado, de Jorge Luis Borges, es que es válido hacer un tipo de poesía que no sea grandilocuente, que no utilice todo el vocabulario de la lengua, que no sea rebuscado, sino íntima. Sobre todo me interesa la poesía íntima.”


Sus contemporáneos…

“Los poetas de mi generación son, al mismo tiempo, poetas a los que leo y amigos míos. Entonces es difícil distinguir una de otra cosa. Inclusive, puede haber poetas que, aparentemente, no tengan nada que ver con mi poesía, que sean amigos míos y que al mismo tiempo me guste su poesía. Entre los que no solo son amigos, sino que hay coincidencias poéticas, aunque soy un poco mayor que ellos, está Fabio Morábito, Eduardo Hurtado, Alicia García Bergua, entre otros. Y también, por ejemplo, David Huerta que es muy buen amigo mío, es un poeta que yo admiro, aunque su poesía está por otra vertiente; igual que Coral Bracho. Hay poetas como Francisco Hernández que admiro parte de la obra, no toda la obra y que no frecuento su amistad, aunque son amigos míos pero no tan cercanos. Y bueno, se me olvidan otros muchos que en este momento no podría mencionar.”


Del mismo modo, las vanguardias históricas

“Yo soy un lector lúdico. Y con esto del contagio, no leo con premeditación alevosía y ventaja. Hay un poeta que admiro muchísimo que es Gonzalo Rojas y que leo frecuentemente, que incluso lo conocí y admiro y lo admiré mucho como persona, que aparentemente no tiene nada que ver con mi poesía. Sin embargo, ese tipo de poetas como Girondo, Huidobro o Vallejo, dan profundidad y amplitud. Por ejemplo, Vallejo es de una profundidad inmensa y los otros dan una especie de amplitud; es decir, no tenemos que ocupar el espacio donde vivimos, el exterior nos da aire, nos da grados de libertad. Son poetas muy importantes, que aunque no ocupemos el espacio que generan, nos dan una libertad absoluta. En ese sentido, yo creo que las vanguardias lo que hacen es ampliarnos, hacernos más libres. Por ejemplo, otro que se olvidaba, que para mí es fundamental, es Eugenio Montejo. Y dentro de los mexicanos están Lizalde, Bonifaz Nuño, López Velarde, ya que soy un lector muy extenso de poesía. Que es lo que creo que se debe de hacer. Incluso, no solo soy lector de autores, soy lector de poemas, ya que puede haber un autor que no lea mucho y que tenga un poema que me encante, al cual regrese siempre.”


Las búsquedas poéticas hacia otros horizontes… la filosofía, la ciencia…

“Estoy muy influido por la ciencia. Me encantan las noticias que recibo de la ciencia, el asombro de todos los días. Bueno, soy un lector de novelas, soy un lector de filosofía en la medida de mis posibilidades. He leído, recientemente, a Heidegger, Schopenhauer y Bergson. Ya que no me interesa, solamente, lo literario, la letra, sino la vida. Que también me influye muchísimo.”



EPÍLOGO

La poesía y su apuesta en un mundo que privilegia búsquedas de carácter industrial y militar más que estéticos…   

“La poesía nos hace estar mucho más intensamente vivos. Es decir, nos hace vivir de una manera diferente. El lector de poesía es alguien que está no solo vivo de una manera diferente a los demás, sino más consciente de la vida. Lo que nos hace tan bien, es tener como una especie de refugio cuando la vida nos asedia. Yo puedo sentirme angustiado o amenazado y tener un poema en mi memoria —o no solo un poema, no solamente un poema completo, sino unos versos— e irme a otros lados, como una especie de mantra.”   


En su poema “Un árbol”, contenido en su libro El quieto, usted escribe: “Quiero plantar un árbol de silencio/ y sentarme a esperar/ a que sus frutos caigan”, ¿qué significa esa espera?     

“Significa que lo menos abundante en esta época es el silencio. El auténtico silencio. El silencio revelador y vivificador que no se puede fabricar. Es decir hay que esperarlo. Un poco citando a Machado, al complementario Juan de Mairena, decía “actividades quietistas”. Y creo que la poesía es una de esas actividades quietistas, que cuando se fuerza no viene. En ese sentido, creo que hay que tener una actitud de espera como el pescador al pez. Por mucho que uno insista en arrojar el anzuelo, una y otra vez, si no hay un pez ahí nadando por abajo, uno no va a pescar.” 



Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 

sábado, 15 de diciembre de 2012

De las lecturas edificantes: Safo, Yourcenar y Aurora Luque

Agradable resulta leer, en versión de Acantilado, los poemas y testimonios de Safo; más o menos a medio día, las manos puestas en el delgado volumen, con la impresión de saberse en medio de un “texto de textos rotos”, como se indica en la presentación. Librito de factura impecable, no me habría percatado de su existencia, de no haber desdeñado cierta traducción hecha por un insigne indigenista. De no haber soslayado la lectura de la Safo de Trillas, no habría conocido la versión de Aurora Luque, tan estimable, si bien, fuera de mi rango cultural, pero a mi gusto, más cercana a la poeta de Mitilene.
Medio día. Calor de por medio. Insufrible horario. Diciembre terrible, de gritos, pirotecnia y luces artificiales. Fuera de todo la consolación de la lectura. Trascribo: “Inmortal Afrodita de polícromo trono.” Un verso de marras. Me concentraré en la traductora. Qué resonancias de Safo descubro en la poeta Aurora Luque.   

El tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.


Esto lo escribe Aurora Luque. Hay ahí una lejana vibración de ecos griegos, a la manera, no sé por qué me la remiten, de la Marguerite Yourcenar que escribe, en su libro Fuegos, “amar con los ojos abiertos tal vez sea amar como un loco”. Habitualmente no hablo de mis lecturas. Pero hay  algo en las palabras de Safo. Algo como “un incienso humeante”. Sin dejar de notar que un par de versos no cambian el rumbo de las cosas, no tardo en precisar que hay un desbordar. Algo que se escurre, repentino, sobre geografías no imaginadas. No se vaya a entender que escribo con poesía. Esto se contagia.

Vuelvo a la lectura, entonces. Si la fecha fuera propicia, diciembre me resulta impertinente, yo encontraría detalles menos insustanciales, tendría algo que decir con profundidad suficiente. Vuelvo al libro. En la página 157 un testimonio de Temistio: “Perdonamos a Safo y Anacreonte que se muestren desmesurados y excesivos en sus elogios al eros juvenil. Pues eran individuos que amaban cuerpos individuales, y no sobrevenía ningún peligro si los amados se enternecían por los elogios de aquellos.” Y qué entender por ese “perdonar”. Un absolver que no se integra al amor personal, así como de paso,  y se tolera lo que aparece desmesurado, amoroso, por ser limitado al cuerpo. También en Yourcenar, recuerdo, lo amoroso es excesivo. Sin embargo, su escritura más griega, la desmesurada, reclamaba una indulgencia. El amor necesita un perdón o una explicación. Dice la escritora belga en el prólogo a su libro Fuegos: “…el amor total se impone a su víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación, al ser siempre el resultado de una experiencia y uno de los temas más trillados de la literatura”. En Safo, en Yourcenar y, tal vez, en Aurora Luque, hay un exceder ciertos bordes. Cosa que se les dispensa, porque el ser amado, señalan los comentaristas, es un cuerpo: “aquello que tiene extensión limitada”, como lo define el diccionario académico. El amor, sin embargo, dijo Yourcenar “constituye el punto de partida del canto”. El inicio que rompe los límites, que no se inmoviliza en el cuerpo individual. O como escribe Aurora Luque: “El cuerpo amado nunca es solamente un cuerpo.” Porque el amor no se reduce al límite. La traductora de Safo se enfrenta al perdón con la desmesura que no esconde su raigambre. El amor como un exceso que occidente ha arrinconado en civilizadas maneras, fórmulas y formatos corteses. Porque el cuerpo amado no es al final solo un cuerpo. Es, además, un lenguaje que se desborda. Una narración, tal vez, que apenas logra verbalizarse.
Ahora, me pregunto cómo logró colarse en mi lectura de Safo tanta ridiculez. En la página 47, leo estas palabras: “Tras descender del cielo, ceñido con la clámide purpúrea…”. Otra hora de meditaciones. No ya el amor, no; dejaré ese despropósito.  Deslices de juventud; bah, ya no tanto según veo. Pero deslices con todo. Tan dado soy a la monserga. Como la mayoría lo es, al menos, en soledad. Y si es con discursos tan inflamados qué decir tengo, pues, de lo pensado. 

Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 15 de diciembre 2012




sábado, 8 de diciembre de 2012

De la madurez del escritor joven


a los amigos

«No se trata por consiguiente de un progresar en el vacío, de un vago poetizar cada-vez-mejor –escribió Walter Benjamin−, sino de un despliegue e intensificación cada vez más comprehensivos de las formas poéticas.» Recuperemos decididamente estas palabras; ocupémonos de ellas, vayamos al encuentro de una interpretación no exenta de ciertos extremos poco venturosos. Dejemos de lado nuestra comunidad poética; nuestros más arraigados cánones de “escritor” para encontrar en esas palabras, dichas por Benjamin, una guía que dé significación a un pensamiento no esencialista, sino funcional, por lo menos, literario. No pienso desatender ese cometido. Dejemos la burda charla de café, tan radicada ya en nosotros. Permitamos que el comentario como porrazo de ensayada profundidad, nos aseste con su más desgarradora furia. Vayamos a su encuentro.
Al final de la universidad, un par de amigos y yo, conformamos un círculo de lectura. Con programa y rumbo “didáctico” nos sumergimos, sin quererlo, en “algo” que con el paso del tiempo se convertiría en una especie de contrato literario con nosotros mismos. De la lectura surgieron proyectos de edición cultural y, en última instancia, un libro de poemas colectivo. “Fuimos”, lo escribo así, tantas ideas, palabras, tantos errores, exploraciones, tanta búsqueda. Escritores quisimos ser, pero por medio de la lectura. Y sí, sin perseguir la calidad, sin progresar en el vacío, nos dejamos aporrear por la literatura. De esa experiencia nacen estas palabras.
Esa necesidad de un “despliegue e intensificación cada vez más comprehensivos de las formas poéticas”, hace de la labor del escritor un derrotero sinuoso y frustrante. Demasiados errores comprehensivos, exploraciones, ingentes revelaciones de tus propias carencias. Escribir conlleva asumir tu propia insuficiencia. No hay mapas dados. Como el atormentado Barton Fink le dice al dolorido Charlie Meadows: “I gotta tell you, the life of the mind ... There's no road map for that territory ... and exploring it can be painful. The kind of pain most people don't know anything about.” La vida de la mente no es una vida blanda. Rondar la realidad, sumirse en ella, pensarla, casi en acto sensorial tocarla, es un suceso del cual nadie sale indemne. Limpio. Sin fracturas. No hay escapatoria en la escritura. A contra pelo de los psicólogos, la vida de la mente no es evasión, es enterrar los pies en el planeta y ver de más. Hay un hundirse hasta la náusea. Hasta el dolor hundirse en la búsqueda de un lenguaje que exponga el resultado de esa náusea del mundo.
Madurar, dicen algunos, es tomar conciencia del lenguaje. No lo sé, lo dudo. Es más bien un acto comprehensivo. O tal vez, no lo sea, aún vacilo. Algo en el fondo está claro, se trata de un asunto punzante. ¿Para qué escribir literatura entonces? Y por literatura entiendo eso, literatura; no filosofía ni antropología; digo, en términos inexactos, eso que se origina de formalismos estéticos y reflexivos; del lenguaje entendido como expresión pero, también, como un ritmo que pulsa el tiempo de las cosas. O como dijo Machado en voz de Juan de Mairena: “Sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que digo estoy completamente seguro. Mucho me temo, sin embargo, que nuestros profesores de Literatura –dicho sea sin ánimo de molestar a ninguno de ellos – os hablen muy de pasada de nuestro folklore, sin insistir o ahondar en el tema, y que pretendan explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad exclusivamente erudita.” En el fondo de eso se trata: una gramática del mundo y un pensamiento del mundo. La busca comprehensiva de las formas poéticas que explican esas realidades mundanas.
En fin, la vida de la mente, tan violenta y agitadora, es una dura ontología. Lo supo Parménides: “es una misma cosa el Pensar con el Ser”. No puedo decir más. En lo personal, la vida de la mente es lo único que, más o menos, entiendo. Y sin embargo, esa vida es un asunto que, ya lo escribió mi viejo amigo Mario Alberto Bautista, es “la pregunta a una pregunta/  que nadie conoce ni le importa”. Porque al final la madurez en la escritura es un proceso sin final. Siempre seremos meros “ensayo y error”. Es como encontrarnos de pronto al gordo Jack Lipnick y que nos grite “...you ain’t no writer, Fink, you’re a goddamn write-off”. Seamos, pues, el sujeto rabioso de pérdidas y ganancias que entre las llamas le grite al lector como lo hiciera el furioso Karl Mundt: “Aah! Look upon me! Aah! I'll show you the life of the mind! I'll show you the life of the mind! I will show you the life of the mind!”





Publicado originalmente en el suplemento cultural "Rayuela" del periódico El Péndulo, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 


Complementos: 



http://www.metacafe.com/watch/an-C95RuY27bhbbt4/barton_fink_1991_the_life_of_the_mind/