1.
A
propósito de la reforma educativa emprendida su país, Walter Benjamin escribió
que “dicha reforma [debía salvarse] de esa mala fama que la presenta como
interés de los interesados o como ataque de los diletantes frente al gremio de
los pedagogos”. Esta “mala fama” puede ser aplicada al hecho mexicano. La
reforma educativa, en México, se presenta (y no salva un ápice su mala fama)
como un maremágnum de supuestos, sin un diagnóstico real, sin un trabajo de
años que sustente su necesidad y como un disparate al cual le subyacen los
“intereses de los interesados”. Esta reforma mexicana es impulsada por un
gabinete neurótico, unidimensional, diletante, en contra de todo aquello que represente
una apuesta pedagógica. Quien lea los documentos enviados por el “ejecutivo”,
por los “interesados”, a las cámaras podrá constatar lo dicho.
2.
Esta
reforma de los diletantes “peñistas” parte del supuesto de que los resultados
obtenidos, en las evaluaciones internacionales (PISA e. g.), dan cuenta de lo
mal que el sistema educativo mexicano está. Giancarlo Corsi llamó a esta
actitud como el “síndrome de las reformas”. Uno de los criterios que se
enmarcan en las premisas de este síndrome es “la comparación como criterio”.
Describe Corsi el argumento: “la escuela [la propia] funciona mal si hay algún otro, otro lugar, que trabaja mejor y
por eso obtiene mejores resultados”. Y en términos de qué se evalúa explica
Corsi: “no se trata de una comparación de la calidad de la enseñanza o de las
estructuras didácticas; lo que se compara es lo que se supone debe ser el
resultado de la educación, vale decir […] la profesionalidad, la capacidad
profesional en varios ámbitos en los que ésta se vuelve relevante: en la
economía, en la investigación científica y tecnológica, pero además en la
política”. Si se entiende a la reforma como una necesidad que gira en torno a
los resultados obtenidos, se comprenderá que la justificación responde a
objetivos de inversión. No se promueve una curva cualitativa en los alumnos. Se
trata de simular, cuantitativamente, que ese algo que le llaman “escolaridad”
puede generar el éxito humano, la felicidad rápida y el logro económico, todo
sin importar que esos seres llamados “alumno o alumna”, puedan tener una
verdadera “experiencia” (desde la definición antigua del término) educativa.
3.
México
no ha alcanzado, ni siquiera de manera limítrofe, los resultados obtenidos por
los países mejor situados en las evaluaciones internacionales. Esperar lo
contrario sería ingenuo. Y no porque México no pueda obtener los mejores
resultados, es más bien que las realidades mexicanas se refractan, y no
responden a organizamos internacionales. Se someten a ellos. Aplastados por los
designios de la UNESCO y sus informes (Faure, Delors, Morin), de la OCDE y sus
exámenes (e informes también, e. g., el DeSeCo), de los engendros como ENLACE
(en lo nacional), así como de grupos de poder como Televisa y su “centro de
investigaciones” Mexicanos Primero o Escuela Azteca de Salinas Pliego, atravesados
por la OMC o el Banco Mundial, los hijos e hijas de México, han sido
reordenados, “formateados” y ontológicamente “aventados” a una realidad que
tiene como horizonte uno creado por las mencionadas instituciones. El síndrome
por las reformas que México padece no responde a una manifestación endógena;
más bien, responde a una urgencia exógena que, maniática, no tolera realidades
nacionales, regionales, comunitarias o personales. Si México no se cuadra ante
ellos, México no es parte del mundo. La reforma educativa, como tal emprendida
desde 2004, que legaliza su lado administrativo con las leyes propuestas por
Peña Nieto, se soporta sobre una plataforma institucional dictada, desde fuera,
por organizamos ajenos a la situación mexicana y, desde dentro, por grupos de
poder nacionales ajenos al desarrollo cualitativo de los mexicanos y mexicanas.
Sólo se responde al exterior, pero las realidades mexicanas del aquí y ahora,
no son tomadas en cuenta. La reforma educativa responde a los prejuicios que
estos organizamos despliegan. Los alumnos y alumnas de México están sometidos a
los criterios que Faure o Delors o Morin han señalado como la “mejor” vía de
crecimiento humano; o, en materia de inversión, lo que se llevarán las
empresas, que ahora ven al sistema educativo como un mercado emergente. No está
lejos el día en que Laura Bozzo les dirá a los alumnos y alumnas de México,
dentro de sus propias escuelas, cómo aprender a conocer, a hacer, a convivir y
a ser.
4.
En
qué afecta la reforma educativa a los “padres y madres de familia”. Al pasar
por las horcas escolares a sus hijos e hijas, los someten a un sistema pensado
para aprobar las evaluaciones internacionales, que centra sus evaluaciones
internas en los maestros y no en toda la estructura escolar, que piensa
sexenalmente y no a largo plazo, que se pliega a las empresas mexicanas (productos
chatarra y chatarra cultural), que tiene sus ojos puestos en los resultados y
no en la experiencia educativa real, que genera un sistema de simulacro
(exámenes de oposición nombra México al examen estandarizado que le aplica a
los y las aspirantes a maestros o maestras para contratarlos), que empequeñece
la humanidad de los alumnos y alumnas, que los ridiculiza llamándolos
“clientes” o “publico meta”, que los aplasta con un currículo risible
(extendido hasta las escuelas privadas, por lo menos en educación básica).
Entonces, qué tipo de vida se espera tengan esos hijos e hijas. Qué experiencia
humana les espera.
5.
¿Quién
debe recuperar la rectoría de la educación? La mayoría opina que esta reforma
tiene, en el medio de sus entresijos, la necesidad de quitar al sindicato el
porvenir de “nuestras” escuelas (deuda lingüística con Nietzsche). Tal vez,
poquísimos o poquísimas han reparado en que la educación (entendida como esa
institución de vida que hace la parte escolarizada de la educación global) debe
ser recuperada por los padres y madres de familia, por los alumnos y alumnas,
por todos los implicados directos. La rectoría de la educación ha partido de un
despliegue vertical, desde que el Estado la arrebató a los curiosos
intelectuales, de un despliegue de pautas intranquilas, de sumisión y
reclutamiento. Al contrario de los optimistas, la educación no ha sido, en la
época moderna, removida en sus bases. No se trata de reformas, se trata de una
creación, de una recreación del sistema educativo, de una rectoría de padres y
madres, de alumnos y alumnas, que sitúen en los antípodas del sistema educativo
(Illich dixit) esa recreación del
sistema educativo. Porque como escribió Renan: “Antes de la cultura francesa, la
cultura alemana, la cultura italiana, está la cultura humana.” Y esa cultura
humana es la que los implicados y las implicadas deben recuperar para sí mismos.
6.
Leo
(cambio de persona) en el libro Bartlebly
y compañía (de Vila-Matas) un fragmento, en extremo pequeño, de la obra
teatral El no, escrita por Virgilio
Piñera. Dice Vila-Matas: “Los protagonistas de la obra de Piñera dicen no, se
niegan rotundamente al sí convencional.” Reproduzco un fragmento:
HOMBRE: Decir no ahora el fácil. Veremos dentro
de un mes (pausa). Además, a medida que la negativa se múltiple, haremos más
extensas las visitas. Llegaremos a pasar las noches con ustedes, y es probable,
de ustedes depende, que nos instalemos definitivamente en esta casa.
La
pareja, ante estas palabras, decide esconderse.
−¿Qué
te parece el jueguecito? –pregunta Vicente a Emilia.
−De
ponernos los pelos de punta –responde ella.
Deciden
esconderse en la cocina, sentarse en el suelo, bien abrazados, abrir la llave
del gas y ¡que les casen si pueden!
Si podemos mostrar la
misma firmeza que Emilia y Vicente con respecto a nuestra educación. Si podemos
ir en contra del convencional sí, si vamos en contra de ese sí institucional,
burocrático y anclado en la jerarquía, y lo rompemos con el no de la
alternativa, podremos encontrar vías de encuentro y entendimiento. Si podemos
decir no a todo lo que se nos presenta como una solución a lo mal que están
nuestras vidas, entonces, creo, no lo sé, habrá una oportunidad para que, a
pesar de vernos en la necesidad de recurrir al gas, recuperemos aquello que se
nos ha negado: una verdadera vida intelectiva.
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